Había una vez… cuando el silencio era total que ni los ratones se escuchaban en la casa, porque todos sabían que algo estaba por ocurrir.

La verdad es que sí, el silencio era total, pero quienes no hacían ruido no eran los ratos, eran los espectadores de La Marencoche multiespacio, quienes en sus mesas esperaban ansiosos que algo pasara. Eso que estaba por suceder vendría de la profundidad de la oscuridad, donde unas voces se escuchaban. Era un murmullo: ¡Tu primero!… No… ¡Tú primero!… El silencio volvió a envolver a los presentes, la oscuridad era tal que no se veía al que estaba al lado, solo el cuchicheo, el murmullo nervioso, hasta que…

Al fin se hizo la luz, algo tenue, pero que permitió poner caras a aquellos murmullos. Eran Flor, Lola y Marcos que en minutos harían lo que en épocas remotas hacían los juglares…contar historias.

Primero fue Flor Canales Bastidas, que vive en Buenos Aires pero es peruana y una viajera incansable, que con su mochila a cuestas recorre Suramérica llevando su talento para contar cuentos.

No es su primera vez en Jujuy, ya el año pasado estuvo para participar en el 6to Festival de Narración oral, y en aquella ocasión, al igual que ahora, sus cuentos son sencillos, detallados, pero no por eso menos hermosos, como el relato de la princesa que debe besar muchos sapos, para entender que no hay que esperar el príncipe azul, ya que las mujeres por su propia condición son bellas y pueden desarrollarse sin necesidad de tener a alguien a su lado.

Escuchar a Flor contar sus relatos es como ver un capítulo de La Ley y el Orden, Unidad de Víctimas Especiales, pero no por su violencia, sino porque al igual que en la serie de tv, sus historias comienzan por un lado y nos llevan de la mano a un destino que no teníamos previsto como espectadores, como en su cuento de los negro que comienza con el salto atrás para pasearnos por su pasión personal por los hombres de piel oscura para depositarnos en el ritmo africano que trajeron los esclavos y que con su sonoridad nos ofrecen un mundo de melodías, muy a pesar de los gustos de los patrones de la época de la colonia.

Cuentos para no dormir

Entre los relatos de la artista internacional invitada estaban los anfitriones,  Lola y Marcos. Lola Castro comenzó con un cuento simple, algo macabro, lleno de moraleja con un cadáver que gobierna durante un año, trayendo prosperidad al reino. Luego se descubre que quien realmente regentaba el poder era el ministro que había escondido el cuerpo de los ojos de sus súbditos y por esa acción esperaba ser en persona el nuevo mandatario. Pero como una cosa es lo que pensamos y otra lo que hace el pueblo, la mayoría toma una decisión drástica que implica un nuevo cadáver, total si con el anterior había prosperidad la lógica señala que no debían cambiar las cosas.

Pero si ese relato corto era ya para estremecer a la audiencia, a continuación ella narró la historia de dos hermanos que estaban sometidos por el abuelo y debían ir a la basura a buscar el alimento para el chancho, ya que si este animal comía, pronto se podría vender y así la familia tendría ingresos. Pero la basura se acabó y los niños debieron ir más lejos y el final de la historia se acerca más al cine de terror que a una linda historia de alguien que físicamente no parece tener en su mente esos cuentos que no son para dormir y que mantuvieron al público sentado sin hacer ruido, no sea que el chancho se les apareciera.

Voz masculina en un susurro

El único hombre entre estos cuenta cuentos – Marcos Martínez – fue un murmullo en la noche, su voz apenas perceptible obligaba a los presentes a afinar el oído y hacer más silencio para escuchar sus historias.

Comenzó con la inocencia de un niño que pone en riesgo la vida del padre, porque en su candidez dice a las autoridades, que parecen ser del ejército, que su padre está arriba, pero no en el cielo, porque baja todos los días a cenar con él y su mamá. Pero aquella confesión infantil despierta las sospechas del adulto militar y se descubre la verdad, que está escondida en la buhardilla.

Luego hay un dialogo en medio de una partida de ¿Ajedrez? ¿Truco? ¿Barajas? eso no se sabe con certeza, como se desconoce el lugar donde transcurren las acciones ya que puede ser un manicomio, una prisión, y el oído no ayuda para descifrar aquel susurro que se pierde en la inmensidad de la sala. Lo que sí es claro es que la historia no acaba bien, pero cómo finaliza no lo sabemos a ciencia cierta.

La voz, el silencio, las pausas y las entonaciones son las armas empleadas por estos cuentacuentos para transmitir sus historias, y en una comunidad llena de amigos, conocidos y hasta familiares de los artistas todos salimos con la ilusión de que algo nos tocó, que fuimos bañados con la magia de los ancestros, de la narración oral, esa que ningún adelanto tecnológico podrá sustituir porque viene del corazón, del ser de cada uno de los que se atreven a emplear la palabra para transmitir sentimientos. O esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

@visionesp

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