Si Eva Perón fue una imagen a seguir durante su vida para los más necesitados en la Argentina de la década de finales de los años 40, eso quedó eclipsado luego de su temprana muerte, cuando pasó de madre espiritual de un sector de la población a ícono para varias generaciones e incluso ha superado a su esposo Juan Domingo Perón.
De «Evita» – como es más conocida – se han escrito libros y más libros, hay museos en su honor, hay películas que la elogian y otras que no lo hacen tanto, hay musicales donde se habla de su trayectoria, pero su vida no solo es factor de inspiración, sino que su muerte y el destino de sus restos también han generado infinidad de obras.
En Venezuela, por poner un caso, está “Momia en el Closet” del dramaturgo Gustavo Ott y que fuera escenifica en el Teatro San Martín de la ciudad de Caracas, mientras que en la patria de Eva Duarte en una coproducción de Malón Teatro (Argentina) y La Hongaresa (España) se cuenta una particular historia sobre los restos de quien es para muchos una Santa, pero desde otro punto de vista: el de la esposa del anatomista encargado de embalsamarla.
¿Es una idea extraña contar la historia del embalsamamiento del cadáver de Evita desde la perspectiva de una mujer que aparentemente nada tiene que ver con ella? No respondan tan rápido, porque se pueden llevar una sorpresa, como me sucedió a mí al ver el montaje de «la mujer del anatomista» obra escrita y dirigida por Gabriel Fernández Chapo y que desde Buenos Aires llegó a Jujuy para contarnos esta historia en La Mar en Coche multiespacio.
Para empezar hay que señalar que Ana María, interpretada por la actriz española Clara Díaz, no era la esposa de cualquier embalsamador, ella era la señora y madre de los hijos de Pedro Ara Sarria, un reconocido anatomista español considerado una especie de artista en su campo y que fuera contratado por Juan Domingo perón, en 1952 para que se ocupara de embalsamar el cuerpo de su esposa recientemente fallecida.
La tarea parece sencilla, pero el encanto de Eva – aún muerta – hace que Ara dedique tres años de su vida a embalsamar este cuerpo, dejando de lado sus obligaciones familiares, olvidándose de la esposa y los hijos, en una época marcada por el franquismo que relegaba a las mujeres a los «manuales de la buena esposa que se editaban en España».
Podemos entender que ninguna mujer estaría dispuesta a dejar que su esposo se aleje tanto tiempo de su familia por una tarea profesional, pero esta ama de casa, madre de familia, quien se traslada con sus hijos a Córdoba, en Argentina, siente que ese cuerpo inerte es la otra mujer de su marido y luego de un tiempo decide ir a Buenos Aires y enfrentar a su marido para saber qué pasa con él y su matrimonio, pero también quiere conocer a su rival y qué es lo que la tiene atada a su esposo. Un triángulo amoroso poco habitual, porque además había rumores sobre conductas impropias y poco profesionales.
Tras ver a su marido, Ana María también busca en el edificio de la CGT lo que sucede con el trabajo de Pedro Ara y allí debe enfrentarse a varios hechos, como de la madre de Evita y luego la propia presencia del cadáver de Eva, que al parecer no era uno solo.
Aunque Clara Díaz está sola en escena su personaje no lo está ya que ella interpreta a su vez a la madre de Eva y a la propia difunta, en una escena que a muchos peronistas puros pudiera resultarle fuera de lugar porque desmitifica esa imagen que tienen de la «Santa» e «Inmaculada» madre espiritual de los argentinos. La caracterización de varios personajes es una ayuda para darle dramatismo a la obra y permite mantener la atención del espectador que en algunos monólogos se pierde.
Son pocas las ocasiones en que al autor que hace las veces de director sale bien librado en la puesta, porque generalmente prevalece la concepción del dramaturgo y eso llega a restar en el montaje, pero en esta caso se nota que la dirección es acertada, que los movimientos en el escenario son acordes con lo que expresa el texto y los pequeños detalles como miras, gestos, posiciones de manos están muy bien cuidados.
El autor no solo se recrea en la anécdota de Ana María y su relación con su esposa y con el cadáver de Eva Duarte, sino que le sirve también como excusa para hablarnos de los sucesos que vivió Argentina en la década del 50, con el derrocamiento de Perón, el ascenso de las nuevas autoridades militares, las nuevas relaciones de poder y entre fiestas, bañadas de mucho «glamour» y champaña, los negocios que hacían los nuevos grupos económicos que crecieron al amparo del nuevo Gobierno.
Además, se juega con un tema tan en boga como es el papel de la mujer en la sociedad ya que por una parte tenemos a Ana María, una típica mujer española criada bajo los valores de la «Guía de la buena esposa» del franquismo, mientras que en la otra acera está Eva Perón, quien desafió muchos convencionalismos de la época despertando tanto pasiones como rechazos en diversos sectores sociales.
La escenografía, de Emilia Pérez Quinteros, es simple, pero en dos partes. Una que es múltiple y que sirve para varias escenas solo cambiando algunos elementos de utilería, y una cortina que separa el escenario y que al trasluz deja ver las siglas CGT como cabecera del espacio donde reposa el cadáver de Eva y que sirve para que Ana María se desahogue ante su rival… o rivales.
El vestuario, diseñado por Martina Cravea, nos traslada a una época específica y los cambios de ropa que tiene la actriz nos permite conocer más sobre la moda de los 50. El momento del cambio en escena es la única debilidad que podría adjudicarse a esta obra, porque no se le facilita el trabajo a la actriz, que además permanece en silencio como si estuviera en un ritual y al ser varios los cambios puede hacer que la tensión en la obra decaiga un poco.
El binomio Gabriel Fernández Chapo – como responsable de la dramaturgia y puesta en escena – y Lola López – directora de actores – produce un espectáculo que como dijo el actor Omar Lafuente a la salida de la función, «es todo lo que uno busca cuando va al teatro», porque combina un buen texto, con una actuación que arranca aplausos, todo apoyado en un trabajo técnico que hace lucir el montaje.
Es importante destacar que si bien esta piezae no es una reconstrucción histórica sí tiene fundamentos en la novela «Santa Evita» de Tomás Eloy Martínez, la autobiografía «El caso Eva Perón» de Pedro Ara, y los manuales y guías sobre la mujer que se publicaban en España durante el franquismo.
«La mujer del anatomista» es una muestra de una época, sirve para ver cómo era la Argentina cuando es derrocado Juan Domingo Perón y la posición de la mujer en una sociedad que no estaba dispuesta a permitirle ir más allá de los establecido por las buenas costumbres, es decir, habla de los humano y lo profano, de nosotros, de lo que hemos sido y que tal vez podamos ser, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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